POBREZA, MISERIA, LANA DEL REY, DEPRESIÓN, ANSIEDAD, CRYSTAL CASTLES, RITUALZ, SOBREDOSIS DE ANGUSTIA

Estoy leyendo una crónica de trescientas y pico páginas cuyo título no podría ser más esclarecedor.  Se llama ‘Los Pobres’.  Estaba por unos veinte euros en la Fnac y confío en que me convierta en una persona un poco más inteligente.  Veinte euros.  Lo compré una calurosa tarde de agosto junto al libro de Reporteros Sin Fronteras y algunas cosillas más.  Volví a casa emocionado con mis adquisiciones, recorriendo unas calles que hoy, treinta de septiembre de dos mil doce, están plagadas de carteles con Lana del Rey anunciando ropa.  Me siento en éxtasis al verme rodeado de esa mirada felina, casi lujuriosa, como si estuviera reservada para mi barba sin peinar, cuando en verdad Lana no discrimina y nos mira a todos de igual forma.  Ella es un artefacto ideal.  Le basta con una mirada para meternos en el bolsillo.  Pero esta vez no voy a enumerar las bondades de la neoyorquina; eso ya lo hice en una entrada anterior.  Mirando fijamente a los ojos de Lana, no sé por qué, me ha dado por pensar en cómo hemos complicado las cosas los humanos.  Cuántos giros de tuerca hemos dado para convertir esta cáscara de huevo llamada Tierra en un inabarcable mosaico de detalles.

Pero vamos a ver, que esto no era así.  Que al principio fue mucho más sencillo.  Nuestro planeta Tierra era precisamente eso, una bola de tierra en la que a lo sumo poder escarbar para sembrar frutos.  Una línea inaprensible entre el suelo y el cielo, una superficie fronteriza entre ambos espacios fuera de nuestro alcance, un lugar por habitar hasta el día de nuestra muerte y consiguiente putrefacción.  Una cáscara de huevo que bien podría estar vacía y flotando en el éter, y cuyo futuro, incierto por definición, no le importa un carajo a cualquier ente superior, en el caso de que este exista.  Pero hemos tenido que complicar las cosas, y ahora el miedo al frío y al hambre es la única rémora de ese origen sencillo.  Son esos temores primitivos lo único que nos reconcilia con la simpleza de vivir.  Al mismo tiempo, dichos miedos nos atenazan, y nos llevan en un nivel subrepticio a preguntarnos la diferencia entre la pobreza y la abundancia, y en otro estadio diferente, entre la pobreza y la miseria.

La pobreza es la falta de lo superfluo; la miseria, la falta de lo imprescindible, decía Léon Bloy.  En su trabajado estudio ‘Los Pobres’ el norteamericano William T. Vollmann recoge una larga sucesión de testimonios en un intento por determinar el umbral entre los pobres y los miserables.  No he llegado a la página 100 y la cita de Bloy me sigue pareciendo una respuesta válida.  Me identifico con una clase social empobrecida antes que pobre.  Un estrato mayoritario de la sociedad venido a menos, que desde las aceras contempla los carteles de Lana del Rey cada vez más con una mezcla de envidia y nostalgia.  Nostalgia por lo que nos parecía alcanzable hasta anteayer y hoy pertenece al mundo de las ilusiones.  Aunque por momentos la critique, siento en carne viva la doctrina de fin de una era, como si los cambios se estuvieran precipitando en cascada y solo fueran a servir para empeorar el statu quo actual.  Lo noto también en mis convecinos.  Formo parte de una sociedad que agónica busca una salida, normalmente hacia dentro, hacia el tuétano de los problemas que nos han llevado hasta aquí.  Hemos arrancado el motor, tapado el tubo de escape con una manguera y dejado el otro extremo de la misma colgando sobre una de las lunas delanteras, casi cerrada del todo.  Somos seres enajenados, reconcomidos por una angustia que se propaga como una epidemia de gripe.

¿En serio es preciso que respalde mi teoría con datos?  De acuerdo con el European Study of the Epidemiology of Mental Disorders (ESEMED, realizado en Alemania, Bélgica, España, Países Bajos, Francia e Italia) un 14% de la población sufre trastornos afectivos.  Entre los trastornos del ánimo el más frecuente es el depresivo mayor.  De hecho, una de cada diez personas lo padecerá en algún momento de su vida, y cuatro de cada cien lo ha hecho en el último año.  Asimismo, y siempre según los estudios citados por la Organización Médica Colegial de España, mucha gente sufriría varios episodios depresivos a lo largo de su vida.  Entre los factores de riesgo figuran circunstancias tan peregrinas como la pobreza, la soledad, el divorcio, el alumbramiento, las enfermedades endocrinas, abusos sexuales y las migrañas, entre una larga lista de causas genéticas y somáticas.

Encontramos más casos de depresión en pacientes de enfermedades cardiovasculares, oncológicas o neurológicas.  La prevalencia en la mujer es el doble que en el hombre para edades comprendidas entre los 15 y los 55 años.  Más frecuente en divorciados y viudos, en personas pobres (al menos para los episodios leves) y en inmigrantes.  También tenemos más deprimidos en las ciudades.  Un factor desencadenante de gran incidencia es el desempleo.  El aumento del estrés, la reducción del apoyo social y el consumo de ciertas sustancias tampoco sirven para mejorar las cosas…

Gente que vive empobrecida, que pierde su empleo; personas que padecen enfermedades cardiovasculares, cáncer, males neurológicos; divorciados y viudos; inmigrantes; urbanitas alejados de sus familias, de la naturaleza, del origen.  Llámenme agorero si quieren, pero en la alegría de la huerta que es esta lista reconozco no ya solo factores de la ansiedad y la depresión, sino las características que definen cada vez más nuestra vida.  Más urbanos, solos, enfermos de cáncer, divorciados, pobres, borrachos y desempleados.  Estamos poniendo toda la carne en el asador para dirigirnos a una sociedad enferma en sí misma, y ya hoy podemos afirmar que la depresión y la ansiedad son las verdaderas pandemias del mundo desarrollado, por delante del sobrepeso, que ya es decir.

Reconozco esa tendencia, agorera a más no poder, en algunas de mis experiencias en la ciudad de las mil atmósferas, sobre todo cuando tomaba el metro de noche para ir a trabajar en horario nocturno.  Las paredes y el techo de los interminables pasillos en los intercambiadores se me echaban encima, al tiempo que elucubraba una conspiración de mis conciudadanos para acabar conmigo.  Una vez dentro del vagón casi vacío, el chirrido del coche abriéndose paso en el túnel era estremecedor, como una brecha abierta con navaja en nuestra falsa paz de la rutina.  En ocasiones la luz acompañaba a esa acongojante tramoya y fallaba con intercadencia.  Por unos segundos nos quedábamos a oscuras.  Y no exagero, aquello me recordaba a una experiencia de fin del mundo.  Los mayas no tienen ni poka idea de cómo nos iremos todos a tomar viento.  Un metro de Londres, de Nueva York o de Madrid será el motor de nuestra extinción, cualquier noche de esas, mientras las luces se apagan y el aire se extingue a nuestro alrededor.  Tal que así:

¿Existe acaso una experiencia más alejada de nuestros orígenes como seres humanos?  El vídeo de Crystal Castles para ‘Plague’ parece cogerle la medida a nuestra plaga particular, a saber, una sobredosis de angustia.  Cuando me levanto un domingo a las nueve de la mañana y caigo en la cuenta de que, no hace mucho, en este mismo lugar, ahora debería estar maldiciendo mi calavera tirado en la cama, como casi en coma, a consecuencia del alcohol.  El hombre, el único animal dispuesto a contaminarse para paliar Dios sabe qué dolencias; abierto a cualquier contagio de malestar, como el que ofrece el Witch House.  Así lo siento al escuchar a artistas como Ritualz:

¿O quizás el Witch House no es causa, sino síntoma de ese malestar?  ¿Tal vez una forma de consuelo?  Seguramente solo sea un efecto secundario que debe servirnos de señal de alerta.  Qué nos está pasando a los humanos para lucir tan deprimidos y angustiados.  Tan pendientes de un hilo, tan dolientes de angustia.  Lana del Rey nos pregunta desde las marquesinas: ¿Acaso no es perentorio que variemos el rumbo?

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5 respuestas a POBREZA, MISERIA, LANA DEL REY, DEPRESIÓN, ANSIEDAD, CRYSTAL CASTLES, RITUALZ, SOBREDOSIS DE ANGUSTIA

  1. Jacobo dijo:

    Antes de nada, añadir que esa complejidad de la que empieza hablando el autor ha dado cosas malas, pero también buenas. Por ejemplo, yo creo que deberíamos sentirnos orgullosos como humanos por tener a Cervantes, Shakespeare, Platón, Newton (sólo desde el punto de vista científico , que era una persona horrible), Einstein y de todos aquellos que han dedicado su vida a tratar de comprender el alma humana y las leyes de la naturaleza.

    Respecto al empobrecimiento de la sociedad, es cierto que en este momento el gradiente es negativo. Pero respecto a la depresión, habría que tener estudios de otras épocas. Quizá nos quejemos de vicio. Quizá habría que fomentar el individualismo intelectual y fomentar la cooperación social. No tiene sentido que nos hagan pensar a todos de una forma igual pero luego nos hagan competir por un puesto de trabajo o una mujer. A nivel de relaciones sociales, económicas y laborales deberíamos tender a una menor desigualdad. Pero a nivel intelectual deberíamos ser todos diferentes. Cada uno que por su propio intelecto llegue a la conclusión de cuales y como son sus raíces (acabemos con los nacionalismos, tanto pequeños como grandes). Cada no que vista como quiera. El canon de belleza debiera ser diferente para cada persona. Lo mismo para la música, el cine, etc. Eso sí, hay que fomentar eso. Que la gente tenga intereses intelectuales, pero que elija lo que le gusta entre ellos. Han fomentado una sociedad muy vaga en cuanto a lo intelectual porque les interesa.

    Respecto al metro, lo mejor es usar la imaginación para dotarlo de vida. Estilo Amelie. Cada uno se puede crear su universo propio, con su propia banda sonora. Pero claro, requiere un esfuerzo desde pequeño. Y requiere soportar los insultos por ser diferente.

    • fenrisolo dijo:

      Imagino un mundo ideal en el que pudiéramos quedarnos solo con lo bueno que el desarrollo nos ha dado. Ojalá estuviéramos en posición de disfrutar de dicho desarrollo sin renunciar a lo bueno de nuestras raíces, a nuestro origen como seres en la naturaleza, pero me temo que es una quimera imposible de realizar.

      Me parece muy interesante la idea de que nos hacen pensar a todos igual y al mismo tiempo nos hacen competir. Recuerdo que el otro día, en una asamblea ciudadana en la plaza del Pilar, un hombre que dijo ser profesor denunció ante la multitud que el sistema educativo está pensado para enseñarnos a competir entre nosotros, lo que nos ha desarmado de un sentido de cooperación que tan beneficioso nos resultaría ahora que perseguimos un cambio y no sabemos cómo buscarlo.

      • Jacobo dijo:

        Tenemos que intentar equilibrar los análisis de nuestra época para tratar de tener un futuro digno como sociedad. De la Historia tenemos que extraer conclusiones para nuestros presentes análisis sobre lo que tenemos que tratar de hacer. Pero esa Historia la debemos aprender consultando distintas interpretaciones, dentro de lo serio porque no todas las interpretaciones son válidas. Una vez que ya sepamos distinguir lo honesto de lo descaradamente tendencioso es cuando podremos escuchar todas las opiniones sin ser engañados o manipulados. Es increíble que la inmensa mayoría sea muy inteligente pero haya adquirido unas ideas prefabricadas y las repita todo el rato. Eso lo que crea es un mar de hipocresía. Debemos recorrer en solitario el proceso mental que nos permite establecer nuestra posición respecto a cualquier tema. Y ese proceso lleva toda la vida. Y a veces nos podemos dar cuenta de haber estado equivocados. Esa es la verdadera independencia y no la que repiten sin cesar gentes en Cataluña, España o Escocia. Mientras no seamos honestos con nosotros mismos, nunca se podrá convivir como seres humanos porque alguien utilizará el tetrabrick ideológico en el que vivimos para alimentar sus intereses personales o de casta. Necesitamos despertar el humanismo, como ya hicieron en el Renacimiento. Y si no que se lo digan a los griegos, que han pasado del método socrático a ser tratados como zánganos.

  2. fenrisolo dijo:

    Quizás no seamos tan inteligentes, ni tan altos, ni tan guapos como hemos creído durante tanto tiempo. Tal vez la situación actual sea un desafío que haya servido para percatarnos de nuestras limitaciones y de los deberes que nos quedan por hacer. Y sí, yo también confío en que estas dificultades contribuyan a una nueva sociedad, más inteligente y asociativa, menos dependiente del poder; en suma, una sociedad mejor organizada y más emancipada.

    • Jacobo dijo:

      En este caso me apetece recordar una frase de Salgueiro Maia en la madrugada del 25 de Abril de 1974 para arengar a las tropas antes de ir a Lisboa y ayudar a derribar la dictadura:
      «Meus senhores, como todos sabem, há diversas modalidades de Estado. Os estados sociais, os corporativos e o estado a que chegámos. Ora, nesta noite solene, vamos acabar com o estado a que chegámos! De maneira que, quem quiser vir comigo, vamos para Lisboa e acabamos com isto. Quem for voluntário, sai e forma. Quem não quiser sair, fica aqui!»

      En este caso volvemos a estar en el estado al que llegamos. Y conviene derribarlo para fundar uno nuevo. Pero no es solamente algo que se escriba en unos papeles. Es un estado nuevo en el que tenemos que comportarnos de manera responsable como sociedad. Debemos abandonar los malos hábitos, individualistas y cooperar como sociedad. Por supuesto eso no quiere decir que nos dejemos engañar por los manipuladores que siempre existirán. Eso quiere decir que no tenemos que querer ganar siempre. La gente no tiene porque querer conquistar mujeres si ya tiene mujer. La gente no tiene porque ganar más dinero si su situación económica es estable y su familia puede vivir bien y con muchas opciones de aprendizaje. Y además los que nos gobiernen (siempre tendrá que haber un gobierno) deberán gobernar pensando en el interés general. Eso no quiere decir que acierten. Quiere decir que deben intentar arreglar las cosas, no estropearlas por puros principios ancestrales, como hacen los que eliminan derechos. Un derecho no obliga a nadie y querer eliminar derecho adquiridos es un claro ejemplo de mala praxis como gobernantes.

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